Tras haber hecho un primer acercamiento a la Escuela de Frankfurt
en entradas anteriores, y tras revisar el legado del filósofo Walter Benjamin como fuente de inspiración sobre la Teoría Crítica; nos centraremos en analizar
las aportaciones de Theodor Adorno y Max Horkheimer en cuanto a la cultura de
masas. Desde la acuñación del concepto Industria Cultural, como herramienta de
dominación, hasta sus postulados de que esta industria limita la diversidad artística
y creativa.
El filósofo alemán Walter Benjamin publicó en 1936 La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica, enmarcada dentro de la corriente de la Teoría
Crítica. Un ensayo en el que planta las bases teóricas sobre el análisis sociológico
de la cultura de masas y donde a partir de los principios de la dialéctica marxista,
plantea una matización de las teorías de Marx; intentando analizar los avances
tecnológicos que han posibilitado la cultura de masas, transformando las
condiciones de producción de la cultura y el arte.
Tras el fallecimiento en 1940 de Benjamín, otros pensadores
como Adorno y Horkheimer, retomaron estos análisis sobre los cambios sociales
provocados por la cultura de masas. Estos autores fueron un paso más allá que
su predecesor, intentando construir una crítica hacia esta nueva
superestructura, que funcionaba como un instrumento ideológico sistematizado.
Por lo que, en 1944, estos autores publicaron Dialéctica de la Ilustración, una obra filosófica y de crítica
social de raíz marxista, con un propósito político de impulsar el cambio social.
Durante la obra, estos dos pensadores analizaron los mecanismos de dominación
que el capitalismo ejercía desde esta superestructura de la Industria Cultural,
con el fin de informar a la masa proletaria de esta dominación.
La teoría postulada por Adorno y Horkheimer, parte de la
consideración de que el mundo de la cultura y el arte se encontraba más
estructurada y unificada que nunca, convirtiéndose en un sistema complejo e
interrelacionado; como ellos mismos expresan “Cine, radio y revistas
constituyen un sistema. Cada sector está armonizado en sí mismo y todos entre
ellos” (Adorno y Horkheimer, 1944). Esta armonización contempla todas las
disciplinas artísticas y constituye una entidad con gran poder influenciador:
la Industria Cultural.
Esta Industria Cultural, es percibida por el imaginario
social como una entidad cultural de carácter industrial, fruto del avance tecnológico y la modernidad, un efecto de la globalización
y masificación de la cultura. Esta consideración es lo que le otorga la legitimidad
como sistema de gestión encargado de la racionalización de la producción, la
distribución y el consumo de arte o cultural. Pero para la Teoría Crítica, esta
superestructura esconde una función social, ya que “En realidad es en este
círculo de manipulación y de necesidad que la refuerza donde la universalidad
del sistema se afianza cada vez más. Pero en todo ello se silencia que el
terreno sobre el que la técnica adquiere poder sobre la sociedad es el poder de
los económicamente más fuertes sobre la sociedad” (Adorno y Horkheimer, 1944).
Para nuestros autores, esta Industria Cultural no es políticamente
neutra, sino que trabaja al servicio del capital como una herramienta que perpetúa
el sistema de dominación, es decir, convertir a la cultura y el arte como un aparato
para la generación de servidumbre. Por lo que, la Industria Cultural actúa como
una maquinaria de generación de ideología que atiende a los principios técnicos
del sistema capitalista. Este sistema de gestión de la producción cultural
masificada persigue como fin último, unificar la manera de pensar y actuar para perpetuarlas en el tiempo, atendiendo a sus intereses.
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